-Dicen las cuentas que acaba de cumplir 91 años.
-No tiene mérito. Lo difícil es llegar a los 90, lo demás viene rodado.
-¿Cuándo se dio cuenta de que el asesinato era un buen negocio?
-A raíz de haber escrito una gacetilla sobre un crimen sucedido en Madrid, en 1950. Se le llamó «El crimen del Monchito». Resulta que publiqué la información en el diario «Madrid» y fue bien. Empezamos a vender un montón de ejemplares más. Eso me llevó a proponer al director un serial de sucesos antiguos, que fue mucho mejor.
-¿Nadie hablaba de muertos antes de aquello?
-La plaza del periodista de sucesos se amortizó con la dictadura. Las dictaduras tienen un afán por mantener eso que se llama orden público y el mejor modo de conseguir esa meta es impidiendo que se hable de muertos. Si no se habla de crímenes es que no hay crímenes.
-Al final se lanzó. ¿De dónde sacó el capital?
-Pedí dinero.
-¿A los bancos?
-¡Qué va! Desde la Florencia del Renacimiento los bancos no han prestado ayuda a ninguna buena idea. Le pedí dinero a mi padre, que no me lo dio porque antes estaba mi hermano, que estaba muy enfermo... También pedí a algunos amigos, fui trampeando aquí y allá.
-¿Era caro hacer un periódico?
-No se crea. Había que pagar el papel, la imprenta y una buena administración. Empezamos en una buhardilla, en un edificio que era de mi mujer, entre las calles Jordán y Fuencarral, en Madrid. Éramos dos fotógrafos y tres o cuatro redactores...
-¿Qué tiene el periodismo de sucesos que tantos lectores recolecta?
-Es el único que se ve arrastrado por la actualidad. Esto pasa desde el principio de los tiempos. Cuando la humanidad debuta, con Caín y Abel, lo hace con un crimen.
-¿Cómo se mataba durante el franquismo?
-Poco y mal, ya lo dije muchas veces. España era un país desarmado -las armas que había estaban en manos del Ejército y la Policía- y eso, se quiera o no, es un problema para los buenos asesinatos. Los que había eran, generalmente, por cuestiones de lindes.
-Los «buenos», usted lo dice siempre, eran los policías.
-Por supuesto. Lo primero que tuvimos que hacer fue establecer una colaboración con la Policía Nacional y la Guardia Civil.
-¿Y qué hacía con los policías corruptos?
-Los policías eran los «buenos», aunque no siempre eso era verdad. ¿Cómo iba a decir que era un torturador si luego le tenía que llamar para que me avisase de algún crimen? ¿Sabe? Muchas veces los ciudadanos nos llamaban a nosotros antes que a la Policía. Con los años, vista la tirada que teníamos, eran ellos los que nos pedían el favor de que publicáramos las fotos de los «malos» más buscados. El Lute, por ejemplo, me dijo que había aprendido a leer para seguir las crónicas de «El Caso» y poder esquivar a la Guardia Civil.
-Gracias a los crímenes, modificaron el mundo de la edición de periódicos.
-Nos inventamos las ediciones especiales que nos permitían saltarnos la censura. Sólo nos dejaban publicar un muerto por semana. Bueno, ¿qué hacíamos si teníamos más? Una edición local. Si había un muerto en Avilés, la prensa local no iba a poder sacarlo, porque lo prohibía la censura. Nosotros ese escollo lo habíamos salvado, porque «El Caso» se hacía en Madrid.
-¿Cuál fue el éxito de «El Caso»?
-La distribución nacional y la red de corresponsales. Teníamos como tres mil que funcionaban como consignatarios: no había problema para que Margarita Landi, por ejemplo, cogiera un taxi y se plantara en cualquier punto del país. Allí, si tenía falta de dinero, lo pedía al corresponsal y luego se le reintegraba con la venta de los periódicos.
-¿Mataban las clases pudientes?
-Y cuando lo hacían vendíamos mucho más que lo normal.
-¿Cómo se escribía un reportaje sobre crímenes?
-Cuando el redactor me preguntaba cuántas palabras escribía yo le decía siempre lo mismo: «Las que dé el tema». Si había que hacer un serial, pues se hacía.
-Como el de la millonaria aquella.
-Fue curioso. Un colaborador nos coló un bulo: una millonaria francesa ofrecía mil millones de francos a aquel que estuviera un año encerrado en el panteón que tenía en el cementerio Père Lachaise de París. Era una noticia curiosa y, además, pasaba fuera de España. Cuál fue la sorpresa cuando nos encontramos en la redacción miles de cartas ofreciéndose a pasar el año en el panteón.
-¿Y qué hicieron?
-Pues seguir con la historia. Sobre todo cuando Emilio Romero, que era el director de «Pueblo», mandó a uno de sus periodistas -Alcázar, se llamaba- a buscar la tumba de la millonaria. Como no la encontró empezamos a quitarnos el muerto de encima...
-...Nunca mejor dicho...
-...Dijimos que el cementerio estaba a orillas del Rin... Nos dijeron cosas muy malas, lo pasamos muy mal... Pero vendimos mucho.
-Leí que «El Caso» tenía suscriptores de relumbrón.
-Camilo José Cela, por ejemplo, que escribió un artículo en «El Caso», pero también Robert Graves, el de «Yo, Claudio», Juan Goytisolo, cuya mujer era amiga de mi esposa.
-¿Franco leía «El Caso»?
-No lo sé, pero, en todo caso, le diré que yo nunca escribía para él.
MÁS NOTICIAS