Enorme participación en las Paces de Villarta de San Juan

Alguien puede llegar a imaginar unos San Fermines sin toros, una festividad de la Mercé sin castellers, unas fallas valencianas sin masclets y mascletá o El Rocío sin almonteños? Para que imaginar cosas que no son ni serán cuando el tiempo sigue demostrando día a día, año a año, que hay tradiciones que son inalterables y devociones que, siendo inexplicables desde la lejanía, trascienden los sentidos una vez se conocen. Villarta de San Juan, sus Paces, su peculiar y única forma de demostrar su pasión incondicional por su patrona, su aroma y sabor a pólvora, su estruendoso estallido de fe... el buen hacer y el calor de sus ciudadanos. Todo volvió a sorprender ayer a propios y extraños.
Son las 11.30 horas y la gente se empieza a concentrar en los alrededores de la iglesia de San Juan. Dentro hace ya un rato que celebra la eucaristía un joven sacerdote en esta homilía. «No soy de Villarta pero quiero a este pueblo casi más que al mío y por ello me voy a atrever a interpretar el nombre de nuestra patrona, la Virgen de la Paz». Mientras estas palabras retumban de forma maravillosa en los corazones de las decenas de personas que inundan cada rincón de la parroquia, fuera los integrantes de las 23 peñas que se dejarán el alma en las calles por su patrona, empiezan a juntarse. Monos azules, blancos, naranjas, grises o amarillos se unen, mientras la gente toma posiciones en la plaza de la iglesia. ¿Qué esperan?

las paces. Es el día grande de las Paces y toda Villarta está en la calle para vivir una fiesta que es de Interés Turístico Regional desde hace catorce años, aunque el cronista de la villa, José Muñoz Torres, atestigua que el primer documento histórico en el que se hace alusión a la festividad data del año 1575, aunque se instituyó ya en un lejano año 1369.
La gente en el pueblo se prepara para la salida de la Virgen, será entonces cuando los alrededor de 300 integrantes de las peñas comenzarán a soltar cohetes durante un recorrido de unas cuatro horas (más de 10.000 docenas en total), a lo largo de 500 metros hasta la iglesia Vieja, donde la Virgen contempla desde la distancia la ‘Operación 2.000’: la suelta de otros 2.000 cohetes que anuncian el regreso de la patrona de nuevo a San Juan.
El párroco continúa dentro de la ermita, donde afirma que la paz no es solo la ausencia de conflictos y violencia, sino un estado de vida en el que la armonía «va unida a la tranquilidad de la conciencia y al equilibrio de lo que uno lleva en el interior y vive en el exterior».
Exhorta a los fieles a trasladar la oración del acto más importante del día al cielo, al igual que sus peticiones, y a hacerlo, para que sea más efectiva su llegada, «a través de los miles de cohetes que se lanzarán». «Son cohetes de amor, de alegría, de fe, en agradecimiento a las promesas que se han visto cumplidas», cuenta el alcalde de Villarta, Ángel Antonio Ruiz Palomares, minutos antes de que el estruendo de miles de promesas empiecen a estallar en los tímpanos del cielo y los carrizos, todavía humeantes, comiencen a caer como señal de que las oraciones han sido bien recibidas.
Falta muy poco para que comience la procesión y los coheteros tomen posiciones. Ya se cuentan por miles las personas que se agolpan en la plaza y las calles del recorrido, por las que durante las próximas cuatro horas no dejará de sonar el ruido de la fe. Francisco Antequera pertenece a la peña más antigua de Villarta de San Juan, con unos 25 años de tradición. Son alrededor de una treintena de componentes y este año, prácticamente como en anteriores, han puesto entre 150 y 200 euros para la compra de entre 400 y 500 docenas de cohete.
El hombre explica que la tradición está muy arraigada y las peñas, precisamente, ayudan a mantener intacta una fiesta en la que la subasta en honor a patrona (tras la procesión) también adquiere un significado especial. «La gente puja por los brazos de las andas de la Virgen, para poder portarla al año siguiente», comenta Antequera, que afirma que la subasta suele estar en torno a los 4.000 euros por brazo».
Los petardos se oyen desde hace ya un buen rato en la plaza. Grupos de chicas jóvenes cruzan de un lado a otro con sombreros de ala. Es la protección frente a la lluvia de carrizos que caerán con total normalidad sobre las cabezas de los transeúntes durante las próximas horas.

el antes y el después. Javier Ayuso observa la postal desde la acera de un lateral de la plaza. Es de Villarta de San Juan y conoce la tradición bastante bien, al igual que Celedonio García, que a sus más de 70 años recuerda como si fuera ayer el olor a pólvora en la misma plaza que ayer pisaba, pero con 60 años menos. Ambos guardan en su memoria el acontecimiento que supuso el antes y el después en la fiesta. Fue en 1985 y la explosión, fortuita «porque nunca se demostró lo contrario», de un saco de cohetes que hizo perder a un joven su pierna. Minutos después, tras el estallido en cadena de otros sacos, la madre del joven falleció arrastrada por la multitud que huía despavorida ante el deambular sin ton ni son de los petardos.
«Hubo unos 70 heridos, más la muerte de esta mujer, y es que antes de ese año las Paces no tenían nada que ver con las que se viven hoy», dice Ayuso, que explica cómo antiguamente todo el mundo podía tirar cohetes sin ningún control. Fue entonces cuando el Ayuntamiento tomó cartas en el asunto y sentó las bases de una fiesta más segura y donde la gente pudiera disfrutar sin miedo. «Se acordó que sólo las peñas tiraran los cohetes, para lo que se utilizaría pólvora buena y se establecieron los tiempos y los espacios para evitar los puntos negros de otros años», comentan los dos hombres.
Hoy, lo acontecido aquel 24 de enero es sólo parte de la memoria colectiva de un pueblo que ha sabido adaptarse con conciencia y responsabilidad a las normas de la convivencia, que también deben regir los momentos lúdicos.
«Hoy las Paces no tienen nada que ver con antaño y la gente las disfruta mucho más, son seguras y un espectáculo único que nos hace únicos en la región», explica orgulloso Javier.

cohetes por millares. Llega la hora de la verdad. Se abren las puertas de la iglesia de San Juan. Los huecos libres en la plaza hace rato que se han llenado y los coheteros toman su posición, por delante de la procesión). La gente empieza a salir de la ermita. La patrona, con su manto azul celeste, se asoma a las puertas de su casa. Los aplausos no consiguen ahogar el único grito de un hombre: «¡Viva la Virgen de la Paz!» (tres veces y tres réplicas). Suena la música de la banda, propia de Villarta, ya que antiguamente las de pueblos cercanos sólo iban una vez y ninguna repetía por miedo a los cohetes. Ellos no temen ni al ruido ni a la pólvora. Se ven las primeras lágrimas, las de los devotos que no pueden contener su fe y las de algunos niños que se imaginan lo que viene después.
Se rompe el silencio. Las Paces empiezan a sonar, se extiende lentamente el olor a pólvora y las primeras oraciones comienzan a llegar al cielo. La devoción envuelve a la patrona con un manto de cariño que no la abandonará hasta su regreso a San Juan.

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