El Museo Manuel Piña, de Manzanares, un tributo a la moda, al diseño y a lo transgresor

on más de ciento veinte piezas, entre las que figuran desde vestidos, chaquetas, faldas y bolsos, hasta botas, zapatos, pedientes y brazaletes, el Museo Manuel Piña situado en el Centro Cultural ‘Ciega de Manzanares’ surge como un tesoro escondido en esta tierra agrícola y ganadera, que si bien amante de la cultura asombra por la esencia transgresora que ha transmitido a sus gentes, para apasionar con la trayectoria de ese manzanareño que contribuyó a la consolidación de la industria de la moda en España, como uno de los principales diseñadores de la época que supo conjugar sus contradicciones e integrar la tradición y la innovación.
Con el acaloramiento todavía presente que produjo para el museo ser uno de los finalistas hace varios días de los Premios Nacionales de la Moda en la categoría de ‘Profesionales de la Comunicación, de la Academia y de la Cultura’, la responsable del Museo Manuel Piña, Milagros García, acompañada de las concejalas de Cultura, Silvia Cebrián, y la concejala de Festejos, Esther Nieto-Márquez, explica que “el diseñador nació en 1944 en Manzanares, en el seno de una familia humilde: su padre era ferroviario y su madre ama de casa, no costurera, aunque sabía hacer remiendos a la ropa” como buena mujer de la época. Como si de una ‘fuerza sobrenatural’ se tratara, fue su entrada como dependiente en los almacenes Gigante de Manzanares a los trece años lo que marcó su destino, ese que Manuel Piña escribió de forma totalmente “autodidacta”. García cuenta que “dicen que era un dependiente muy perspicaz, que le llegaban señoras de todos los pueblos de alrededor para comprar retales para acontecimientos como la jura de bandera de sus hijos, y que les prometía las mejores telas, directamente llegadas desde Madrid”.
La capital de la moda española en la actualidad marcó sus siguientes pasos y sobre todo su encuentro fortuito con un hombre que tenía una fábrica de punto en Carabanchel, que resurgió de sus cenizas gracias a Manuel Piña. La responsable del museo señala que “el manzanareño llegó a los diecinueve años a Madrid para hacer la mili y después trabajó para Galerías Preciados gracias a una carta de recomendación de los almacenes Gigante”, pero la falta de trato directo con la gente en estos grandes almacenes le produjo insatisfacción. El trabajo de Manuel Piña para el hombre de Carabanchel como comercial en el norte de España, en el País Vasco y Cataluña, afianzó su amor por la moda: “entonces surgió su vena creativa” y gracias a sus ideas “la empresa empezó a hacer mucho dinero y a tener una gran proyección”. En esta época en la que la raya marinera en algodón estaba muy de moda, Manuel Piña la llevó al punto, y según destaca Milagros García, “fue un auténtico ‘bombazo’, que disparó las ventas e hizo aumentar el personal” de este taller que acabó siendo de su propiedad.
A partir de entonces empieza su trayectoria como creador. Ahora bien, no estuvo exenta de complicaciones y, sobre todo al principio, pues los grandes enclaves de la moda estaban en el resto de Europa y para un diseñador español no era tan fácil entrar en este círculo de desfiles muy selectos. La responsable del museo explica que “los españoles tenían muy mala fama, porque copiaban los modelos de las pasarelas y luego los vendían a un menor precio”. Manuel Piña lo consiguió en Milán y lo hizo gracias a Issey Miyake, un diseñador japonés con el que nadie sabe muy bien como se llegó a entender. En su primera pasarela como asistente, Piña “quedó fascinado”; luego llegó la pasarela de Francis Montesinos en Barcelona; y a partir de entonces empezó la evolución de sus diseños y el comienzo de sus relaciones con políticos y personalidades de la talla de Cuca Solana, la actual directora de Cibeles y que fue mujer de por aquel entonces un ministro y tenía mucha capacidad de influencia.
Entre maniquíes, el recorrido del Museo Manuel Piña marca la evolución creativa de este diseñador, y no modisto, desde su primera colección de prêt à porter presentada en 1979 en el Teatre Liceu de Barcelona hasta su último desfile en Pasarela Cibeles en 1991. Cabe destacar que Manuel Piña fue uno de los principales impulsores de la institucionalización de la Pasarela Cibeles y que consiguió presentar su primera colección en este escaparate nacional en 1985, después de la presentación en 1982 de su espectacular colección de primavera verano en una caseta del circo de la Ciudad de los Muchachos en Madrid. Entonces ya había abierto su tienda en Nueva York y en Madrid la tendría en la calle Valenzuela, aparte del taller de costura de Carabanchel en el que trabajó un buen número de miembros de su familia.
Vestidos sobrios dibujan los primeros pasos creativos a principios de los 80 de este diseñador que parte de “la mujer bloque” con creaciones en blanco y negro que recuerdan las fachadas de cal de su tierra manchega y el luto tan habitual entre las mujeres, su familia, sus tías y también su madre, que siempre fue para él una inspiración, una musa. A pesar de su enorme transgresión, sobre todo ligada a sus últimos diez años de vida e influenciada por la ‘movida madrileña’ de la estridencia, Manuel Piña siempre estuvo ligado a la tradición como bien reflejan sus toreras, la utilización de los colores de la bandera de España en algunos vestidos o incluso la introducción de las rayas típicas del refajo manchego, además de su logotipo y con el que salió al extranjero, a Japón y a Estados Unidos. Con la mirada puesta en el logotipo que hay dibujado en el suelo del museo, Milagros García explica que estaba compuesto de “los cuernos de un toro, una cruz como creyente, una mediana luna como peana de la Virgen Inmaculada y una especie de capotes de toreo en los laterales”.
Un abrigo de piel que introduce el triángulo de Balenciaga, que vestía con el equilátero a las señoritas acomodadas como modisto de alta costura, pero dado la vuelta con la espalda ancha de la mujer española que cargaba con el peso de la familia; y piezas con materiales nobles como las lanas de mohair; hacen un recorrido visual al visitante, que de una pasada comprende la evolución de la pasarela española, las influencias europeas y la extensión del prêt à porter a las clases medias. Es la historia de “la democratización de la moda”, descrita por uno de sus principales insignes.
Cuando empieza a aparecer el color en la sala, la responsable del museo municipal cuenta que “Piña siempre entendió las pasarelas como una plataforma artística, como lo es la escultura y la pintura, como un espectáculo, que incorporaba arte y diseño”; por lo que es habitual encontrar entre las piezas conservadas algunas que recuerdan a una obra de arte, como un vestido rojo con formas voluptuosas de tipo escultórico. Entre las piezas expuestas, la mayoría que han estado en pasarelas, también aparecen muchas piezas artesanales, como el teñido en lino, diseños versátiles atemporales como un vestido rojo señorial muy elegante tipo Gilda, y creaciones de bisutería como la ‘púa negra’ que diseñó para la prestigiosa firma de cosméticos Helena Rubinstein.
Con la llegada de la ‘movida madrileña’ de finales de los años ochenta y los años noventa llega el Manuel Piña más provocador, el “más atrevido”, que incorpora vinilos, charoles con inspiración ‘sado’, pieles teñidas hasta con plisados, plásticos metalizados, fusión de colores al estilo de la entonces joven Agatha Ruiz de la Prada, faldas pintadas por artistas reconocidas comos las ‘Costus’ y hasta el lino rescatado por Adolfo Domínguez en diseños que aparecen en pasarela lucidos por modelos raciales, algo atípico entonces en España. La tradición también sigue presente en la ‘mujer Piña’ como se observa en el top elaborado de macramé con detalles de los madroños de las goyescas en la espalda o en el encaje del que estaban elaborados un gran número de esos vestidos de novia con los que solía cerrar los desfiles, también influenciado por Almagro, como epicentro de esta artesanía. El recorrido es todavía más intenso cuando la guía, Milagros García, cuenta que un gran número de los diseños expuestos los llevaron modelos de la talla de Elena Barquilla, Lola Sordo, la dominicana Lou Soto o Damaris; y que actrices como Bibiana Fernández, Carmen Maura, Loles León o Pastora Vega fueron en demasiadas ocasiones las perchas de este diseñador que aún está en boga, como demuestra la atemporalidad de las propuestas y su continuo recordatorio en medios de referencia internacional -la última vez, la semana pasada en un reportaje del dominical de moda del diario El País-.
Los diseños más fantasiosos aparecen incluidos en la sección dedicada a su ‘Desfile de los insectos y de los reptiles’, ‘La metamorfosis’, el último que hizo en 1991 y que consta de creaciones que recuerdan a abejas o mariposas, como la que lució Celia Forner y la hermana de Miguel Bosé, Paola Dominguín. Representan su parte más artística, esa que quería dejar como legado una vez que sabía que estaba cercana su muerte en esta época en la que el portador de VIH estaba condenado. Junto a un vestido de novia precioso en encaje negro que habla de su madre, el vestido de novia blanco y en corto con el que cerró su último desfile pone el broche de oro a este museo que corrobora el gran papel que ha tenido y que todavía tiene Manuel Piña dentro de esa moda española, “que no se lleva, sino que se siente”, y que tiene asegurado un largo recorrido.

Fuente:
http://www.lanzadigital.com/

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