El 28 de diciembre de 1947, un extraño cuerpo cayó en la calle principal de Reliegos, un pequeño pueblo de León. Por el enorme estruendo y el cráter formado, los vecinos pensaron en un principio que un avión de una cercana base había lanzado una bomba, pero pronto descubrieron que no era más que una enorme piedra de 17 kilos. El ingeniero Carlos Rodríguez Arango lo identificó como un meteorito, lo cortó en trozos y lo distribuyó entre varios centros de investigación para su análisis. Un notable fragmento se puede contemplar hoy en día en el Museo de Ciencias Naturales de Madrid.
Teniendo en cuenta su extensión y las estadísticas internacionales, en España se podrían recoger anualmente entre dos y tres meteoritos de al menos un kilo de peso, pero la realidad es que aquel suceso de 1947, fruto de una casualidad, no se volvió a repetir hasta 57 años después. No es que no cayeran en el ínterin, sino que nunca se localizaron porque no había ni los medios ni los especialistas necesarios. Se perdió así una información valiosísima para profundizar en el conocimiento de los meteoritos y, por extensión, de la formación de nuestro planeta.
VILLALBETO, 2004 / El 4 de enero del 2004, miles de personas observaron cómo una amenazante bola de fuego atravesaba el cielo. La Red Española de Investigación sobre Bólidos y Meteoritos (SPMN, en sus siglas en inglés) logró determinar con prontitud que el destello se había debido a la entrada en la atmósfera de un fragmento de asteroide y, aunque no hubo testigos del impacto, pocos días después se localizaron varios restos en Villalbeto de la Peña, en la provincia de Palencia. «Gracias a las observaciones y el hallazgo de los fragmentos, fue la novena vez en la historia que se podía determinar la órbita del asteroide y también sus propiedades», explica Josep Maria Trigo, investigador del Instituto de Ciencias del Espacio (IEEC-CSIC).
En su opinión, los meteoritos podrían aportar tanta información como la suministrada por costosas sondas enviadas a buscar polvo estelar. Los meteoritos «no son el entretenimiento de unos pocos científicos», dice Trigo, sino una herramienta esencial para, entre otros aspectos, conocer la estructura y la composición del cinturón de asteroides y también para conocer la evolución del sistema solar.
La SPMN, la entidad que hizo posible el descubrimiento de Villalbeto, se empezó a gestar en 1999 gracias al impulso de Trigo y de sus dos directores de tesis doctoral, Jordi Llorca y Juan Fabregat. El objetivo era crear una red de observatorios que escrutara constantemente el cielo para detectar meteoritos y ayudar a determinar su trayectoria.
La red, que celebra su décimo aniversario, ha ido creciendo hasta el punto de que este año ya cubre todo el territorio peninsular gracias a sus 25 estaciones de videovigilancia, la mayoría gestionadas por institutos y asociaciones de astronomía. La red ha desarrollado incluso un software patentado para facilitar la búsqueda automatizada con cámaras, es decir, que los meteoritos se podrían detectar aunque nadie estuviera mirando al cielo en el momento del impacto.
PUERTO LÁPICE, 2007 / Un resultado del trabajo es que en el año 2007 se pudo recuperar en Puerto Lápice (Ciudad real) un nuevo meteorito de gran valor científico. En lugar de 57 años de espera, en esta ocasión fueron solo tres. Parece mentira, pero los investigadores han logrado determinar que el meteorito procede de Vesta, uno de los mayores asteroides conocidos. «¿Qué nave nos puede traer una información tan valiosa?», concluye Trigo.
MÁS NOTICIAS