La última mala noticia es la amenaza que se cierne sobre los alcornocales marismeños, muchos de ellos centenarios, sustentadores de las famosas pajareras o grandes colonias de garzas. La seca, un hongo patógeno responsable de la muerte en apenas una década de un millón y medio de árboles de la dehesa española, avanza imparable por el vetusto bosque de Doñana. Y no hacemos nada para impedirlo.
Se secan los árboles, pero también se seca la marisma. La culpa no la tiene el cambio climático, sino los más de 1.000 pozos ilegales abiertos en el entorno para regar los rentables campos de fresones. Era de esperar. El bosque ya no da dinero y la fresa ofrece 9.000 euros de beneficio por hectárea y año. Más del 60% de la producción española procede hoy de esta comarca, donde da trabajo a 55.000 personas pero envenena y seca. Esas 5.000 hectáreas de plástico cambian el agua subterránea de la marisma por contaminantes vertidos químicos, emponzoñando el ambiente. Por no hablar del consumo directo de localidades como Matalascañas, que en verano puede albergar hasta 80.000 personas. Según WWF, el acuífero ha perdido más del 50% de su capacidad en los últimos 30 años.
Más gente, más agricultura insostenible, más venenos y enfermedades, más carreteras repletas de coches responsables de miles de atropellos han convertido el espacio en una cárcel. Al final lo conseguiremos y acabaremos con Doñana como ya hicimos con Daimiel.
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